Dentro del Congreso de Dramaturgias Contemporáneas, Héctor Bourges, integrante del grupo curatorial del Pabellón de México en la próxima Cuadrienal de Praga (PQ23), revisará algunos de los artefactos y procedimientos teatrales a los que ha apelado el zapatismo a lo largo de tres décadas de existencia pública y que serán el eje de la participación de México en la exposición de diseño teatral más relevante del mundo, la PQ23.

Para el filósofo Jacques Rancière, la actividad política consiste en “desplazar a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambiar el destino de un lugar; hacer ver lo que no tenía razón para ser visto, hacer escuchar un discurso allí donde el ruido sólo tenía lugar, hacer escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido”. Bien podríamos asignarle las mismas tareas a la actividad teatral; un teatro por venir.

Para aparecer ante las miradas de México y el mundo, el primer día de enero de 1994, los zapatistas eligieron la guerra, pero también el teatro; un teatro otro que conjura y revela la “genealogía ocluida y clandestina” de una rebelión ancestral que desorganiza la “organización de la mimesis”.